Tweet |
|
Desde el lunes 20 y hasta el jueves 23 de abril, tuvo lugar la 120° Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal de Chile, en esta ocasión vía remota. Acostumbramos reunirnos tres veces al año, después de Pascua, hacia fines de julio y a mediados de noviembre.
Uno de los temas principales a los cuales nos hemos abocado en esta ocasión fue la realidad país sobre el Covid-19, en su diagnóstico y proyección. Hemos realizado también un abordaje eclesial ante la emergencia. Siguiendo esta realidad que se impone, nos hemos detenido en los desafíos pastorales a considerar en el próximo futuro. Por otra parte, aprobamos el documento “Integridad en el servicio de la Iglesia”, Orientaciones trabajadas a todo nivel en el país en los últimos dos años. Para su elaboración se recibió aportes y reflexiones de los sacerdotes, diáconos permanentes, religiosas y religiosos, agentes pastorales. También en la Arquidiócesis dedicamos varias jornadas a su estudio y hemos colaborado con propuestas. Si duda, estas Orientaciones son un gran aporte para todos los miembros del pueblo de Dios, también de la Iglesia en La Serena, que peregrina en la región de Coquimbo. Volveremos sobre él, Dios mediante, en encuentros que se proyectan, para seguir conociéndolo en profundidad y buscar corresponsablemente entre todos el mejor modo de ponerlo en práctica.
Se acostumbra publicar un Mensaje al final de la Asamblea Plenaria de abril y de noviembre. El viernes 24, recién pasado, se dio a conocer el Mensaje No nos salvamos solos, título en referencia a la expresión usada el 27 de marzo de 2020 por el Papa Francisco en el Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, en el Atrio de la Basílica de San Pedro: “nadie se salva solo”.
Encabeza el Mensaje la frase de Lucas 10, 27: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo”. Conforman el documento nueve acápites, resaltando cada uno de ellos aspectos de fundamental importancia en relación a la pandemia y lo que exige de todos y cada uno de nosotros, discípulos misioneros del Señor, hermanos en la comunión de la Iglesia. Entre ellos, un llamado a ser “corresponsables en la prevención y superación de la pandemia”(1), en nuestra cercanía y atención a los más pobres y desprotegidos (2), promoviendo “una solidaridad activa y a trabajar en un pacto social para aminorar el impacto de la cesantía y sus consecuencias” (3); esforzándonos para “ofrecer una red de acompañamiento, escucha y solidaridad” (4); potenciando “una solidaridad que nos comprometa y que exprese fuertemente nuestro deber de fraternidad, que brota del evangelio”(5); a reconocernos como hermanos, cuidándonos y tratándonos con respeto(9).
Recordamos, ante el gran anhelo de numerosos fieles “de volver a participar presencialmente en la vida sacramental”, que “en las actuales circunstancias ello no resulta siempre posible” (7). Hemos tomado medidas excepcionales y temporales al respecto que esperamos, Dios mediante, “revertir progresivamente cuando las condiciones lo permitan” (7).
Manifestamos que “el país espera de todos los actores y autoridades una actitud dialogante, no confrontacional… es un imperativo ético mirar más al bien común que a las causas o proyectos particulares” (8).
Invito a conocer el documento, leerlo y reflexionarlo, darlo a conocer por los medios posibles y buscar juntos practicar el bien al cual se nos está convocando.