Domingo 03 de Mayo, 2020

Día del Buen Pastor (Jn 10, 1-10)

 


En su columna publicada este 3 de mayo en el diario La Región, el Pbro. Alejandro Silva reflexiona sobre este 4º domingo de Pascua.

Este primer domingo de mayo en la liturgia de la Iglesia, tiempo de Pascua de Resurrección, se celebra la fiesta de Jesús Buen Pastor que alude a este título que Él mismo se atribuyó en el Evangelio. Título que expresa vital y existencialmente lo que la teología llama el Misterio Pascual, muerte y resurrección de Cristo, cuyas imágenes del Cordero y del Pastor resumen muy bien el gesto pleno salvífico de la Pascua, que revela plenamente la voluntad de Jesús de “amar hasta dar la vida por sus amigos”, porque, muere como un cordero inocente y da la vida como el pastor la da por sus ovejas.

Que Él se defina como el Buen Pastor, por otra parte, incluye el encargo de sus primeras tareas post-pascual, tales como, la constitución de su Iglesia, pueblo de Dios, rebaño del Señor y el servicio de los pastores a quienes Él encomendara. De ahí que, esta fiesta del Buen Pastor es un día privilegiado para tener presente, valorar y agradecer el servicio de aquellos que han sido llamado, fruto de su bautismo, a ejercer el ministerio del diaconado, presbiterado y episcopado, prolongación del servicio de los apóstoles de Jesús; como también, de aquellos (varones y mujeres) que son llamados a vivir en seguimiento radical a Jesús en la consagración y vida religiosa viviendo un carisma y ejerciendo una misión particular en la Iglesia.

La imagen de Jesús Buen Pastor le impregna un sentido y un espíritu muy particular a toda la acción de la Iglesia que, precisamente se denomina la pastoral, es decir, tal como en su vida Jesús sirvió en tres dimensiones: profética (anunciar la Palabra), pastoral (convocar, servir y conducir) y sacerdotal (orar y santificar), así también toda la Iglesia, fieles y pastores, deben orientar su vida, su testimonio y su acción en estas tres dimensiones.

En los tiempos hermosos y gratificantes en los que vivimos, de tanto progreso y de tanta exigencia, se requiere una Iglesia, más pueblo de Dios en medio del mundo, que cuente con vocaciones a la vida cristiana para ser luz, sal y levadura, que ilumine, dé sentido e impregne de los valores del Evangelio a través de niños y jóvenes, hombres y mujeres, que, insertos en los diversos ambientes sean discípulos y misioneros alegres que muestren el rostro y el testimonio de Jesucristo “rostro humano de Dios y rostro divino del hombre”, como nos invitaron los Obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil, en torno al Papa Benedicto XVI.

Prolongar y actualizar la misión de Jesucristo hoy día, es entender que dentro del pueblo de Dios debe vivirse en actitud de escucha y disponibilidad de servicio, para que el mismo Jesús Buen Pastor vaya llamando a quienes, según su corazón y elección, se dispongan a prestar un servicio en la Iglesia, en el mundo, anunciando y testimoniando el Evangelio, transformando la realidad social y estableciendo lo que Jesús denominó el Reino de Dios que se exprese en términos de una civilización del amor, una cultura de la solidaridad abiertas a la plenitud de los tiempos.

Por eso en este Día del Buen Pastor se intensifica la oración por las diversas vocaciones, particularmente, a la consagración sacerdotal, diaconal, religiosa y laical.


    
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