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Iniciamos el penúltimo mes del año con la festividad de Todos los Santos, el pasado domingo 1 de noviembre. Recordamos que los santos son hermanos nuestros que vivieron procurando cumplir la voluntad de Dios en su vida. Están en la presencia de Dios e interceden por quienes los invocan. También ellos, como nosotros, han conocido problemas y dificultades, tropiezos y caídas, sin embargo, buscaron al Señor a lo largo de su vida siendo sus discípulos misioneros. Siguieron con fervor su vocación de bautizados y confirmados, llamados, por tanto, a la santidad, que consiste esencialmente en amar como el Señor, identificarse con Él, siguiendo sus huellas. El lunes 2 de este mes hemos recordado con piedad y gratitud a nuestros seres queridos difuntos, padres, hermanos, parientes, amigos y bienhechores. En la santa Misa que se ofrece por ellos hemos manifestado nuestra fe en la Resurrección de la carne. Este misterio es el fundamental en la vida del Señor y, consecuentemente, en nuestra vida.
Por otra parte, el domingo 8 hemos iniciado el Mes de María que tendrá su culminación, Dios mediante, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen, festividad tan apreciada por nuestro pueblo. Se multiplican en las comunidades los actos, especialmente procesiones, en honor de nuestra Madre, la Virgen santa. El aprecio por Ella ha dado origen al Mes de María. Son días durante los cuales se dedica un culto muy especial a la Virgen. Los fieles manifiestan de este modo expresiones de amor a la Madre de Cristo y Madre nuestra, como respuesta generosa al amor con que su Hijo la entregara al discípulo y en él a todos nosotros: ahí tienes a tu Madre (Jn 19, 27).
El domingo pasado hemos celebrado en comunidad la gran solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Delante Pilato, Él afirmó: Yo soy Rey, para esto he nacido, para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Quien está de parte de la verdad escucha mi voz (Jn 18, 37).
Jesús es Rey y aún mucho más, sin embargo, su realeza humana está encarnada en la sencillez y humildad de su vida, así lo ha demostrado fehacientemente, desde su nacimiento en Belén y hasta la muerte de cruz en el Gólgota. ¡Reinar es servir! ¡Quien reina sirve y quien sirve reina! Estos son algunos de los aspectos que la Iglesia celebra el último domingo del Año Litúrgico, en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, día en que también en nuestra Arquidiócesis tenemos presente a las hermanas y hermanos que sufren persecución a causa de la fe. Miles han muerto como mártires, entregando su vida por el Señor.
El sábado 28, con las vísperas, damos inicio al Tiempo de Adviento. Unidos a la Iglesia Universal el domingo 29 celebramos el Primer Domingo de Adviento. La expresión adventus, venida, en su forma completa, adventus Redemptoris, viene el Redentor, el enviado de nuestro Dios, con la gran misión de hacernos partícipes del amor de su Padre como del suyo. Las cuatro semanas de adviento (venida) las celebramos como un todo con la Navidad (nacimiento) y la epifanía (manifestación). Es el misterio del Señor, celebrado en la comunidad de la Iglesia, que se hace presente en nuestra historia y prosigue actuando la salvación para todos, hoy como ayer.
En estas semanas de Adviento los discípulos misioneros, cada bautizado y confirmado, miramos a Cristo que viene como el enviado del Padre. Él, mediante su presencia, Palabra y obras, responde a las grandes preguntas de hombres y mujeres en todos los tiempos, dado que Él es la plenitud de nuestras vidas, abriéndolas a los valores imperecederos.
Hacemos memoria que Él ha venido históricamente, en la humildad de la carne, -misterio que tenemos presente a lo largo del año, mas sobre todo en Nochebuena y Navidad- viene, cada vez que lo invocamos, -en la oración, en el anhelo manifestado por su Iglesia implorando su presencia- está presente en medio nuestro, en su Palabra, los santos sacramentos, en cada hermana y hermano, con quienes Él se identifica, particularmente los pobres y sufrientes, vendrá al final de los tiempos, así como Él lo ha prometido.
Recordemos que el Tiempo de Adviento tiene algunas características externas especiales, que nos pueden ayudar a vivirlo más intensamente. Resalta la corona de adviento, con cuatro cirios que se encienden consecutivamente cada domingo, la sobriedad en los adornos, el predominio del color morado, los himnos y cánticos, entre otros. Lo más importante es, sin duda, la proclamación de la Palabra del Señor, textos escogidos que nos ayudan a prepararnos interiormente para la gran festividad del nacimiento de nuestro Salvador.
Es mi anhelo que estos días de Adviento nos sean favorables a todos y que los preparativos exteriores para celebrar la próxima Navidad, no aparten a nadie de lo que es fundamental, la preparación del corazón –el pesebre interior-, para el gran regalo de la Navidad que es Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.