Domingo 07 de Marzo, 2021

“Se refería al santuario de su cuerpo” (Jn 2, 21)

 


En su artículo dominical, el Arzobispo René Rebolledo Salinas expresó que "nuestro Maestro nos enseña que el santuario es Él y también la verdadera ofrenda, la entrega de su propia persona que también hoy se ofrece por amor a nosotros y nuestra salvación".

El 17 de febrero pasado con el Miércoles de Ceniza iniciamos el Tiempo de Cuaresma, que se prolonga hasta el 1 de abril, Jueves Santo, finalizando antes de la Misa de la Cena del Señor. Estos días especiales de gracia tienen la finalidad de que nos dispongamos interiormente para la gran solemnidad de la Resurrección. La Vigilia Pascual la celebraremos el sábado 3 de abril y la Pascua el domingo 4, Dios mediante.

La Pascua es la fiesta por excelencia del mundo cristiano, corazón del año litúrgico. Celebramos el misterio central de nuestra fe: la gloriosa Resurrección del Señor. Vivimos después de la Resurrección y a causa de ella; en este misterio encuentra su fuente el discipulado misionero y cuanto anunciamos a nuestros contemporáneos. Se celebra durante 50 días, desde el Domingo de Pascua hasta Pentecostés.

En la columna del domingo 21 de febrero he expuesto algunos particulares del Evangelio de ese día, Marcos 1, 12-15, en el cual nos refiere el evangelista que Jesús fue impulsado por el “Espíritu al desierto, donde pasó cuarenta días y fue tentado por satanás” (vv. 12-13). Posteriormente, comienza su misión, proclamando en Galilea: “se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Arrepiéntanse y crean en la Buena Noticia” (v. 15). En la del 28 de febrero resalté aspectos en que el evangelista relata la Transfiguración del Señor, Marcos 9, 2-10. Hoy, corresponde un pasaje bíblico conocido, Jesús purifica el templo, Juan 2, 13-25. El acontecimiento hay que leerlo desde su final: “Él se refería al santuario de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos recordaron que había dicho eso y creyeron en la escritura y en las Palabras de Jesús” (vv. 21-22).

La Palabra de Dios es la ayuda óptima para proseguir en el camino Cuaresmal-Pascual. Se proclama en el pasaje bíblico mencionado que en la proximidad de la Pascua Judía -cuando Jesús subió a Jerusalén- realiza uno de los gestos más simbólicos de su misión, la expulsión de los vendedores y cambistas del templo: “Encontró en el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los que cambiaban dinero sentados” (v. 14). El Señor defiende la Casa de su Padre, la sacralidad del templo: “saquen esto de aquí y no conviertan la Casa de mi Padre en un mercado” (v. 16). Lo fundamental del pasaje es su simbolismo, el signo. A la pregunta de los Judíos: “¿qué señal nos presentas para actuar de ese modo?” (v. 18), el Señor responde: “derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré” (v. 19). Evidentemente Él no hablaba del templo de piedra, para su construcción -como respondieron los judíos- se necesitaron casi 5 décadas: “cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? (v. 20).

Jesús está haciendo alusión al templo de su Cuerpo. Él se entrega voluntariamente al Padre, en obediencia filial y por amor a nosotros. Su Cuerpo entregado y su Sangre derramada es el templo santuario. Muriendo, el Señor, vivirá por siempre, en la triunfante resurrección: “Él se refería al santuario de su cuerpo”, aunque los presentes no entendieran que Él es el nuevo y definitivo templo.

Nuestro Maestro nos enseña que el santuario es Él y también la verdadera ofrenda, la entrega de su propia persona que también hoy se ofrece por amor a nosotros y nuestra salvación.


    
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