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Con amor y fidelidad la comunidad cristiana vivió también este año la Semana Santa, acompañando al Señor en los misterios trascendentales de su vida: Pasión, Muerte y Resurrección. Concluyeron estos días con el inicio del Domingo de Pascua, el 17 de abril, solemnidad de la triunfante Resurrección del Señor. Acostumbro decir que los fieles son fieles. Una vez más lo pude constatar. Las celebraciones de Semana Santa de este año, no obstante la pandemia del COVID-19 que aun nos azota, han sido concurridas, vividas con serenidad, solemnidad y entrega generosa. A todos les manifiesto honda gratitud por su ejemplo de fe y amor al Señor.
En este segundo Domingo de Pascua, conocido también como de la Divina Misericordia y Día de Cuasimodo, finaliza la octava de Pascua. Sin embargo, el Tiempo Pascual prosigue hasta Pentecostés. Se conoce también con el nombre de dominica in albis, recordando que en Roma los neófitos portaban el vestido blanco que habían recibido en el bautismo, celebrado en la noche Pascual. En este día se despojaban de tal vestido, por ello la expresión in albis deponendis.
En este domingo se proclama cada año un importante pasaje de Juan, dos apariciones del Resucitado a los apóstoles (cfr. Jn 20, 19-31). El evangelista denota que Jesús se hace presente a sus discípulos y les desea la paz: “La paz esté con ustedes” (v.19). Es el mismo Señor que pendió de la cruz, el crucificado que ahora está vivo: “Después de decir esto, les mostró las manos y el costado” (v.20), provocando con ello la alegría de los discípulos y la confesión del incrédulo Tomás, que no estaba presente en la primera aparición: “Señor mío y Dios mío” (v.28).
El Señor aparece a sus discípulos en su condición de Resucitado, les dona el Espíritu y los envía en misión: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos” (vv. 22-23).
Desde la Vigilia Pascual -sábado 16 de abril- hasta Pentecostés –domingo 5 de junio- luego todo el año pero especialmente el Domingo, primer día de la semana, como se resalta en el texto bíblico (cfr. vv. 19. 26), resuena en las comunidades el anuncio que el Señor está vivo. Con el gesto que hace de mostrar a sus discípulos sus manos y el costado con las llagas de la pasión, manifiesta que el Crucificado -ahora Resucitado- ha vencido al dolor, el sufrimiento y la muerte. ¡En esta nueva condición Él vive para siempre!
La comunidad cristiana lo celebra principalmente en el primer día de la semana, también en los otros días. De este modo, acoge la convocatoria de su Señor. Lo celebra en la Palabra, en la mesa de su Cuerpo y Sangre, como en el Cuerpo que conforman sus discípulos misioneros. En este encuentro con Él manifiesta la fe en su presencia viva –“Señor mío y Dios mío”- y asume el mandato a la misión, compartiendo el anuncio de la resurrección con las hermanas y hermanos de camino.