Domingo 15 de Mayo, 2022

El amor fraterno

 


Columna del Arzobispo René Rebolledo Salinas publicada el domingo 15 de mayo, día propicio “para volver a la fuente del amor, Dios mismo, experimentando su bondad y misericordia”.

En este 5° Domingo de Pascua, en la oración colecta, la comunidad pide al Señor: “realiza plenamente en nosotros el misterio pascual para que, renacidos por el santo bautismo, con tu ayuda demos fruto abundante y alcancemos la alegría de la vida eterna”. Desde la Vigilia Pascual –el sábado 16 de abril recién pasado-, el Domingo de Pascua –el 17-, han transcurrido algunas semanas, tiempo en el cual la comunidad cristiana celebra con gozo el misterio pascual. Acoge a numerosas personas que reciben el sacramento del bautismo, también la confirmación. A todas ellas, les anuncia el misterio que la llena de profunda alegría y es la causa de su vida y vitalidad. No tiene otra verdad más sublime que anunciarles, sino el gozo del encuentro con Cristo Resucitado. Así fue para los apóstoles, la Iglesia naciente, la presente en los siglos, la comunidad que hoy en día procura seguir sus huellas, lo celebra y anuncia.

Corresponde en este Domingo un pasaje breve, -apenas cinco versos-, esto significa que es importante, exigente y de grandes perspectivas. Es conocido como “el amor fraterno” (cfr. Jn 13, 31-35).

Ante todo, debemos referirnos a Dios mismo. En la primera de Juan 4, 7 leemos: “amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios; todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, ya que Dios es amor”. En la historia de la salvación Dios se revela en palabras, acontecimientos y obras en que transparenta su ser mismo: Dios es amor. El culmen de la manifestación del amor de Dios, es el envío de su Hijo al mundo, por nosotros y nuestra salvación (cfr. credo): “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en Él no muera, sino tenga vida eterna” (Jn 3,16).

Por ello, el amor  que Jesús ha experimentado junto al Padre y al Espíritu Santo, ahora glorificado por el misterio de su resurrección, nos lo entrega como una misión, un mandato: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado: ámense así unos a otros” (v. 34). La novedad impresa por Jesús al antiguo mandamiento del amor fraterno (cfr. Lv 19,17), entre otros es porque Él es la medida y el alcance, entregando por nosotros su vida.

Este día es propicio para volver a la fuente del amor, Dios mismo, experimentando su bondad y misericordia. Él posibilita que podamos manifestarle amor y reconocimiento. Es nuestra respuesta dado que Él nos amó primero. Es también Él que en su gracia nos abre a amar al prójimo como a nosotros mismos. En efecto, no es posible amar a Dios si no se ama igualmente a las hermanas y hermanos con amor fraterno. La enseñanza del pasaje nos la ofrece el Señor: “En esto conocerán todos que son mis discípulos, en el amor que se tengan unos a otros” (v.35).


    
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