Domingo 22 de Mayo, 2022

El Señor promete el don del Espíritu Santo

 


En su habitual columna dominical, el Arzobispo René Rebolledo destaca que este domingo “es una oportunidad propicia para invocar -personalmente y en comunidad- la venida del Espíritu Santo”.

Hace cinco semanas celebramos con gran gozo la vigilia pascual, -el sábado 16 de abril- y el Domingo de Pascua –el 17-. Son días en que la comunidad hace memoria del acontecimiento más importante en la vida del Señor, su triunfante resurrección. De igual modo, lo son también para sus discípulos misioneros, los fundamentales en su seguimiento del Señor. En efecto, la Iglesia tiene como misión anunciar el gozo del encuentro con Cristo resucitado. En todas las celebraciones, pero especialmente en la vigilia pascual, en el Domingo de Pascua, luego en cada domingo del año litúrgico, como en todo otro encuentro, lo prioritario es celebrar a Cristo resucitado.

En la oración colecta de hoy, quien preside la celebración, pedirá en nombre de la comunidad a Dios: “concédenos continuar celebrando con intenso fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos”.

La oración pone el acento en el intenso fervor. Éste no es una virtud determinada, sino un modo de intensidad máxima en base al cual se vive y realizan las acciones de cada día. La oración solicita el intenso fervor para celebrar estos días de alegría en honor de Cristo resucitado. Es el clima espiritual que traspasa la vida de la comunidad, vale decir, la celebración alegre y festiva por la victoria de Cristo sobre el sufrimiento y la muerte. La esperanza cierta también de la victoria de quien adhiere a Cristo resucitado en la fe.

Se proclama en el evangelio de hoy un pasaje de Juan (cfr. 14, 23-29), que transmite palabras muy sentidas de Jesús en la cena de despedida: “Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (v. 23). La señal de que amamos al Señor es que procuramos cumplir su Palabra, hacer su voluntad, seguir sus anhelos, opciones y prioridades. Por el contrario: “Quien no me ama no cumple mis palabras, y la palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió” (v. 24). La invitación del resucitado es a la comunión con Él por medio de la fe -que es adhesión, adherir a Él- como por el amor que es la única respuesta adecuada al amor que Él nos ha ofrecido y brindado: “mi Padre lo amará, vendremos a él y habitaremos en él” (v. 23).

En el pasaje de hoy contemplamos también que el Señor promete el don del Espíritu Santo a los suyos: “El Defensor, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho” (v. 26).

Es el Espíritu Santo que hace posible la comunión de los discípulos misioneros en Cristo con el Padre Dios. Él es el Maestro y la Memoria de la comunidad.

Este domingo es una oportunidad propicia para invocar -personalmente y en comunidad- la venida del Espíritu Santo que anime el tiempo de la Iglesia. Confiamos que Él la vivifique y fortalezca en su vida y misión, especialmente al afrontar los grandes desafíos que presenta la cultura actual. Con Cristo a la cabeza de la Iglesia y el Espíritu Santo iluminándola, plenamente en las manos del Padre, es de esperar un presente y porvenir de esperanza.

Cada bautizado y confirmado ha recibido el don del Espíritu Santo, “para ser en la Iglesia y en el mundo testigos de Cristo, con la palabra y con las obras” (Prefacio de la Confirmación, ll).


    
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