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En este segundo domingo de julio, 15° del Tiempo Ordinario, el pasaje del evangelio que orienta la celebración de la comunidad y que ofrece los contenidos de ella es Lucas 10, 25-37. La ocasión de la enseñanza está mediada por la pregunta que presenta al Señor un doctor de la ley: “Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (v. 25). Responde el Señor planteándole, a su vez, una pregunta: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué es lo que lees? (v. 26). Respondió el doctor de la ley: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo” (v. 27). Estas expresiones no pretenden sino explicitar la plenitud y totalidad. Se trata de amar a Dios desde dentro, de las profundidades de sí mismo, incluyendo las facultades que Él ha otorgado. Bella, concisa y definitoria la Palabra del Señor a esta primera parte del diálogo: “Has respondido correctamente: obra así y vivirás” (v: 28).
Ante la nueva pregunta del doctor de la ley, “¿Y quién es mi prójimo?” (v. 29). El Señor ofrece la bella y conocida parábola del buen samaritano (vv. 30-35), de numerosas perspectivas para el doctor de la ley, la Iglesia presente en los siglos y propuesta también a nosotros sus discípulos misioneros.
Jesús extiende el concepto de “prójimo”. Mientras para un judío era el compatriota -de la misma aldea y nación- Él incluye tanto al extranjero como al considerado enemigo. El amor tiene su fundamento en la fuente que es Dios mismo y en cuanto Él manifiesta. Si siendo quienes somos, Dios nos ama, ¿no vamos a amar a los demás, incluso al que consideramos enemigo? La fe cristiana pone su centro en la vida y la dignidad de las personas, que se relacionan entre sí, desde su propia identidad en cuanto hombres y mujeres amados por Dios, Padre de todos. Y no podemos destruir el amor de Dios en ellos.
Es Dios mismo quien posibilita que podamos manifestarle amor y reconocimiento, como respuesta a Él, que nos amó primero. Es también Él que en su gracia nos abre a amar al prójimo como a nosotros mismos. En efecto, no es posible amar a Dios si no se ama igualmente a las hermanas y hermanos.
En estos tiempos de angustia, soledad, incluso desesperación, probablemente nos ha costado más identificar en los otros a un hermano. Tanta violencia verbal y animosidad podría tentarnos a dejarnos llevar por el arrebato y faltar el respeto, agredir, desconfiar del prójimo. Hoy, Jesús nos recuerda que amar a su Padre y al prójimo son dos conjugaciones de un mismo sello.
En su actuación el samaritano supera lo mandatado -la ley misma- y ha actuado con amor, pasión, generosidad y desinterés. De hecho, en la conclusión del diálogo el Señor pregunta al doctor de la ley: “¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en mano de los asaltantes?” (v. 36). A lo que respondió: “El que lo trató con misericordia” (v. 37). Finaliza el Señor con la breve frase, pero llena de sentido, contenido y perspectivas, condensando su enseñanza: “Ve y haz tu lo mismo” (v. 37). Es el mandato que personalmente y en comunidad recibimos también nosotros este domingo, después de escuchar Palabra tan decisiva: “Ve y haz tu lo mismo”.