Domingo 15 de Enero, 2023

“Yo le he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios” (Jn 1, 34)

 


Columna del Arzobispo René Rebolledo publicada en diario La Región.

El pasado lunes 9 de enero celebramos unidos a la Iglesia Universal la Fiesta del Bautismo de Nuestro Señor, finalizando el tiempo de Navidad e  iniciando la 1? semana durante el año, vale decir, entramos en el tiempo Ordinario, lo habitual, lo normal, también en el ámbito litúrgico. Anualmente la comunidad cristiana acoge en este domingo un pasaje del evangelio de Juan (cfr. Jn 1, 29-34). En su contenido se nos presenta como una manifestación, siguiendo aquellas de Navidad y Epifanía. Se trata del testimonio que da Juan el Bautista sobre el Señor: “Juan dio este testimonio: Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma y se posaba sobre Él” (v 32).

Al entrar en el tiempo Ordinario con las celebraciones de hoy, contemplamos con gran agradecimiento cuanto hemos vivido en el tiempo de Navidad, acogiendo personalmente y en comunidad el gran don de Dios: Su Hijo Jesús. Él es la Palabra eterna que en la plenitud de los tiempos se hizo carne, por amor a nosotros y nuestra salvación. Así lo memora el verso que acompaña el Aleluia de este domingo: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. A todos los que la recibieron les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1, 14.12).

El evangelista Juan en el pasaje en referencia alude al bautismo de Jesús con el bello testimonio del Bautista. Éste refiere que a Jesús “no lo conocía” (v 33). Al ver cómo el Espíritu bajaba sobre Él, anunció a todos: “Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. De Él yo dije: Detrás de mí viene un hombre que es más importante que yo, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero vine a bautizar con agua para que Él fuera manifestado a Israel” (vv 29 -31).

Los textos bíblicos que acoge la comunidad en la celebración eucarística de hoy (cfr. Is 49, 3-6; Sal 39, 2.4.7-10; 1Cor 1, 1-3), especialmente el evangelio referido -bajo la luz del Espíritu Santo y la infinita virtualidad de la Palabra de Dios- ofrecen enormes perspectivas para la vida personal y comunitaria. Sugiero considerar en nuestra reflexión de este día la línea del testimonio. Ante todo, estamos llamados a contemplar a Cristo. Él con su presencia, palabras y obras nos reveló quién es el Padre Eterno, su Padre y nuestro Padre. Él inaugura e instaura entre nosotros el Reino de su Padre, manifestándonos su amor, bondad y misericordia, actuando en su persona la bella afirmación del salmista: “He proclamado tu justicia ante la gran asamblea, no, no he cerrado los labios, Señor, Tú lo sabes” (Sal 40 (39) 10).

De gran valor es el testimonio de Juan el Bautista como el precursor del Señor (cfr. Jn 1, 19-28; Mt 3, 1-12; Mc 1, 1-4; Lc 3, 1-18) -preparando los caminos para su llegada- como el que ofrece sobre Jesús, el Mesías, ya presente a su pueblo: “Yo lo he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios” (v 34), entregando también su vida por Él.

El testimonio es un gran desafío para quienes profesamos la fe en Jesucristo Salvador, a quien probablemente “no conocíamos”. Después de habernos encontrado con el Señor, estamos llamados a ofrecer un humilde testimonio sobre Él, especialmente con nuestra vida: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo” (DA 29).


    
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