Domingo 16 de Enero, 2022

La boda de Caná

 


En su tradicional columna dominical, el Arzobispo René Rebolledo se refirió al signo milagroso realizado por Jesús, en el que “se puede reflexionar desde diversas perspectivas y obtener su enseñanza hoy, aquí, para nosotros”.

El domingo precedente, con la fiesta del Bautismo de nuestro Señor, finalizamos el Tiempo de Navidad. En las vísperas de ese día se retiraron los signos propios de ese ciclo, el árbol navideño y el Pesebre. La comunidad cristiana celebra hoy el segundo domingo del Tiempo Ordinario, que hace referencia a lo habitual, lo normal, también en el año litúrgico de la Iglesia.

Acoge la comunidad cristiana un pasaje muy importante del evangelio de Juan, la boda de Caná (cfr. Jn 2, 1-11). Se trata de una de las manifestaciones de nuestro Señor. Es un signo que realiza Jesús a instancias de su Madre, el milagro de la conversión del agua en vino.

El relato es conocido. El Señor, su Madre y sus discípulos invitados a la boda en Caná de Galilea (v. 2). Interviene la Madre: “No tienen vino” (v. 3). Misteriosa la interpelación de Jesús: “¿Qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora” (v. 4). La intervención de la Madre ante los que servían: “Hagan lo que Él les diga” (v. 5). La orden del Señor a llenar de agua las seis tinajas de piedra –destinadas a los ritos de purificación de los judíos- con una capacidad de setenta a cien litros cada una (cfr. v. 6). Prosigue con un imperativo el Señor: “Llenen de agua las tinajas”, lo que hicieron los sirvientes llenándolas hasta el borde (v. 7). Nuevamente, una orden del Señor: “Ahora saquen un poco y llévenle al encargado del banquete para que lo pruebe” (v. 8), lo que hicieron los sirvientes. El encargado, dirigiéndose al novio le dice: “Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los convidados están algo bebidos, saca el peor. Tú, en cambio has guardado hasta ahora el vino mejor” (vv. 9-10). Concluye el relato con la afirmación del evangelista: “En Caná de Galilea hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria y creyeron en Él los discípulos” (v.11).

Sobre el signo milagroso realizado por Jesús se puede reflexionar desde diversas perspectivas y obtener su enseñanza hoy, aquí, para nosotros. Ante todo, resalta la presencia del Señor, su Madre y los suyos en una boda. ¡Qué bello testimonio! El valor de la presencia, el compartir, la alegría por la fiesta, especialmente de los más sencillos y humildes. Luego, el mismo signo, pero en relación al reino del Padre que Jesús vino a anunciar e inaugurar con su presencia.

Contemplemos también la delicada mediación de María, que para nosotros es una preciosa intercesión. Ella, en efecto, siempre atenta a ayudar a los discípulos de su Hijo en todos los momentos de la vida, cuando se le invoca  con la confianza de hijos.

El evangelista Juan anuncia el comienzo de la misión del Señor con la alegría de las bodas mesiánicas. Jesús es el esposo y la esposa es la comunidad que adhiere a Él en la fe. En el encuentro con Él –especialmente cada domingo- participamos al triple cuerpo del Señor, su Palabra (crf. Dt 8,3), su Cuerpo (cfr. Lc 22,19) y Sangre (cfr. Lc 22, 17.20) y a la comunidad de los hermanos, que es también cuerpo vivo de Cristo (cfr. 1 Cor 12,27). Participamos a este triple cuerpo del Señor para vivir durante la semana en la alegría de la fiesta de la vida, no obstante, los numerosos problemas y  dificultades. ¡Que a nadie falte el amor y la esperanza, como también la alegría de vivir!


    
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