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En este domingo 16 de octubre la comunidad cristiana celebra el 29° del Tiempo Ordinario. Corresponde en este domingo el evangelio de Lucas 18, 1-8, la parábola del juez y la viuda. Su finalidad la presenta el Señor antes de comenzar el relato: “Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse” (v. 1). Se percibe de la parábola que la viuda habría sufrido una injusticia y el juez al que recurría no la consideraba. Sin embargo, tomó su demanda reflexionando: “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, así no seguirá molestándome” (vv. 4-5). De esta breve parábola el Señor presenta observaciones: “Fíjense en lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a Él día y noche? ¿Los hará esperar?” (vv. 6-7) y concluye: “Les digo que inmediatamente les hará justicia” (v. 8), para dejar planteada la interrogante: “Sólo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra? (v. 8).
Entre numerosas perspectivas de este pasaje de Lucas, se contempla la invitación a la oración. Jesús sostuvo vida de oración, vivió entre nosotros en constante unión con su Padre. Es bello y edificante el testimonio que nos diera al respecto, en diversos momentos y situaciones de su vida. Sus discípulos estamos llamados a seguir sus huellas, también en este aspecto. De igual modo, los apóstoles y la primera comunidad cristiana nos han heredado este testimonio, a la Iglesia en todos los tiempos, incluidos obviamente quienes hoy adherimos al Señor en la fe y procuramos seguirlo.
Con esta parábola el Señor nos enseña la importancia decisiva de la oración. En ella patentiza la perseverancia de la viuda. El juez actúa concediendo la justicia que ella buscara. No podemos comparar a Dios con el juez de la parábola, que “ni temía a Dios ni respetaba a los hombres” (v. 2), tampoco la perseverancia indicaría tratar de convencer a Dios, para que al fin, cumpla nuestro anhelo. La oración es sobre todo nuestra respuesta agradecida al amor, bondad y misericordia con que Él nos ha favorecido y bendecido a lo largo de nuestra vida. Naturalmente, también es de petición, manifestación de nuestra absoluta confianza en Él, conscientes que nuestro aporte es necesario en relación a cuanto le estamos suplicando, vale decir, oración que comporta compromiso.
Conviene tener presente en este día la solicitud de los apóstoles: “Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11, 1). Le pedimos sobre todo, que nuestra oración sea semejante a la de Él, de gran intimidad con el Padre -respuesta a su amor- confiada, constante -en su vida y misión-, en todo momento y circunstancia. Sobre todo, que escuchemos lo que el Señor nos dice en su enseñanza: “hace falta orar siempre sin cansarse” (v. 1) y en su gracia Él nos sostenga en la oración perseverante.