Domingo 19 de Diciembre, 2021

“¡Dichosa tú que creíste!” (Lc 1, 45)

 


En el cuarto domingo de Adviento, el Arzobispo René Rebolledo Salinas reflexionó en su artículo mensual reflexionó sobre el "óptimo ejemplo de preparación para la Natividad" que significa la Virgen María.

En este domingo 19 de diciembre, la comunidad cristiana celebra el 4° de Adviento. Prosigue adelante en la preparación espiritual para la venida del Salvador. Se acerca, en efecto, Nochebuena, el viernes 24, y el día de la Natividad, el sábado 25.

Se proclama en las celebraciones de hoy el evangelio de Lucas 1, 39-45, conocido como de la Visitación, la Virgen que visita a su prima Isabel. El acontecimiento bíblico ofrece numerosas perspectivas,  plenas de significado y de profundas enseñanzas para los discípulos del Señor de todos los tiempos.

En el relato de la Visitación oímos que la Virgen María consciente del embarazo de su prima Isabel se dirige apresurada a visitarla, sin duda, para manifestar su cercanía y ofrecer su ayuda -generosa y desinteresada- como la que concretan miles de mujeres en nuestros pueblos y ciudades. Entra en la casa de Zacarías y saluda a Isabel. ¿Qué hay más de humano y cercano que un saludo afectuoso y respetuoso? Es la Virgen que saluda, Ella también en estado de gravidez, esperando a Jesús, el Mesías, el Salvador del mundo. Dos mujeres santas, la Virgen e Isabel, dos niños concebidos, también santos, Juan y Jesús. El mismo Jesús diría años más tarde refiriéndose a Juan que “entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan” (Lc 7, 28).

Maravillosa es la respuesta de Isabel al saludo de María: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (v. 42), expresión que se repite millones de veces al día en todo el mundo en el rezo del Rosario y al saludar a nuestra Señora cada vez que nos presentamos ante Ella, invocándola como Madre del cielo y de la tierra, cada vez que en diversos momentos y acontecimientos de nuestra vida nos ponemos bajo su protección, cada vez que en días complejos y dolorosos -personales y familiares- recurrimos a su intercesión, cada vez que peregrinamos al Santuario Nuestra Señora del Rosario de Andacollo.

Al oír el saludo de la Virgen, Isabel con profunda humildad se pregunta a sí misma: “¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?” (v. 43). La consciencia que la Virgen es la portadora de Cristo produce en ella estos sentimientos de sencillez, humildad y profunda fe, dado que delante de la Virgen prorrumpe en una alabanza: “¡Dichosa tú que creíste! Porque se cumplirá lo que el Señor te anunció” (v. 45).

Este clima de gozo entre dos mujeres simples, sencillas, llenas de fe es sólo posible por la alegría que produce la presencia salvadora de Cristo, el Mesías.

¿No vislumbramos que también nosotros estamos llamados a llevar la alegría y la esperanza especialmente a nuestras familias? ¿No somos nosotros los llamados a transmitir la alegría de la presencia salvadora de Cristo? Sin duda, estamos convocados en este día y siempre a reconocer a Cristo presente en su Palabra, en los sacramentos, en cada persona, especialmente en los pobres y carenciados, entre otros. Sin esta experiencia del encuentro con Cristo, no será posible comunicar a los demás el gozo de haberlo conocido.

Son muchos los que están esperando a que les hablemos de un encuentro que nos ha llenado de alegría. Sin embargo, más esperan que les transmitamos una experiencia de vida surgida del encuentro con Cristo. Habiendo experimentado el gozo de haber acogido su llamado, no podemos encerrar en nosotros mismos esta plenitud de vida experimentada con Él y junto a Él. Es la experiencia de la Virgen, luego de asentir a la voluntad salvadora de Dios -de haber dicho sí a la maternidad- se demuestra llena de Dios y dispuesta a ser la humilde servidora del Señor y de los hermanos.

En este cuarto domingo de Adviento, la Virgen nos da el óptimo ejemplo de preparación para la Natividad que está a las puertas. El servicio a los demás, la solidaridad, el espíritu fraterno y de preocupación por los que están a nuestro lado, también familiares y amigos, es el mejor modo de preparar el pesebre interior para acoger a Jesús, el Hijo de Dios, en nosotros, nuestras familias, la comunidad y en la entera sociedad. 


    
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