Domingo 05 de Febrero, 2023

Sal de la tierra y luz del mundo

 


"Es el desafío que la Iglesia a través del tiempo… debe afrontar… evitando que la sal se desvirtúe y que con nuestras buenas obras, como nos pide nuestro Maestro, “glorifiquemos al Padre que está en el cielo” (v 16)”.

Columna del Arzobispo René Rebolledo Salinas

La comunidad cristiana vive este primer domingo de febrero el 5° del tiempo Ordinario. La Palabra del Señor Jesús que ilumina esta jornada y la celebración eucarística en particular es un texto pequeño, denso, rico en contenido y de variadas perspectivas. El Señor se dirige a sus discípulos de aquel entonces, hoy a nosotros: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 13.14).

El Evangelista Mateo nos ha heredado esta página maravillosa para destacar una enseñanza del Señor, en el gran monumento teológico que es el Sermón del Monte, las bienaventuranzas, palabras con las que envía a sus discípulos. Tenemos la tarea de ahondar cada vez  más profundamente en el significado del mensaje que ellas encierran, de tal modo que se conviertan en motivo inspirador de vida.

 El texto evangélico, nos llama a ser “sal de la tierra” (v 13), es decir, fermento para una nueva humanidad. La sal es uno de los elementos cotidianos que usamos todos los días. Tiene dos funciones relevantes: sazonar y preservar. Da gusto a los alimentos y preserva de la corrupción a otros. La sal se diluye en los alimentos, pero su presencia da un sabor y una fuerza especial.

Ustedes son la sal de la tierra… significa condimento de la vida. En efecto, la fe verdadera, profunda y radicalmente vivida, ofrece motivos para sazonar la vida. Advierte el Señor: “si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá su sabor? Sólo sirve para tirarla y que la pise la gente” (v 13). De los discípulos misioneros depende en gran medida que el amor de Dios llegue al mundo… a las hermanas y hermanos de camino.

Ustedes son la luz del mundo… conocemos la importancia de la luz, la necesitamos, la procuramos y la buscamos. El hombre, también en nuestros tiempos busca la luz de Dios, que es Dios mismo. Cristo el Señor afirmó: “Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).

La luz viene de Dios y busca reflejarse en el corazón del hombre. No puede ocultarse, debe alumbrar, por ello, la insistencia final del Evangelio de hoy: “Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo” (v 16).

Jesús nos dejó el desafío de ser sal y luz del mundo; para ello nos legó una herramienta maravillosa: la Fe, la Esperanza y el Amor, virtudes interrelacionadas para iluminar nuestro camino. La fe nos da la esperanza que nos debe conducir al amor. Es nuestra fuerza como cristianos, pero no es exclusiva ni excluyente.

Sal  de la tierra y  luz  del  mundo  es  el  desafío  que la Iglesia a través del tiempo, la distancia y en sus numerosas comunidades debe afrontar, también sobreponiéndose a las debilidades humanas de quienes la componemos  -consagrados y laicos-,  evitando que la sal se desvirtúe y que con nuestras buenas obras, como nos pide nuestro Maestro, “glorifiquemos al Padre que está en el cielo” (v 16).


    
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